Un árbol, de repente encontré un árbol.

No era lo que tenía pensado, pensaba permanecer en A Coruña por dos o tres años y así me desplazaría más fácilmente por el norte y principalmente por la costa gallega, quería un cambio rotundo pasando de la luz penetrante de levante a tonos más grises y oscuros. Disfrutaba caminando por la ciudad, me fascinaba el mar que lo llena todo, acercarme a la Torre de Hércules y tomar muchas fotografías a sus acantilados, pero me falta algo más de su entorno, a veces ese “algo“ se resiste o no se encuentra, las horas han pasado rápidamente pienso que debo regresar a casa y… un árbol. Sentía que el árbol totalmente inclinado me llamaba, continué haciendo fotos un buen rato.

Fuera de clase parece que solo hay espacio para el castigo o la huida, los pasillos silenciosos y oscuros en los que pasan el rato los castigados, o el sol y las aventuras con las que sueñan quienes pasan el día encerrados en las aulas. Pero fuera de clase también está todo lo que ha quedado por pensar: los deseos encendidos por los que hemos empezado a aprender, el eco de las palabras inquietantes, los problemas no resueltos y, sobre todo, la relación de todo aprendizaje con la vida, con la propia vida y también con la vida colectiva.

Fuera de clase, por tanto, están los anhelos y los compromisos de los saberes que no pueden ser capturados ni por la academia ni por ninguna otra forma de monopolizar el pensamiento.

Marina Garcés. Olvidar palabras. Fuera de clase.

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Un riachuelo