La única cosa que desde la niñez hasta la vejez se mantiene inalterada es la mirada, convertida así en una verdadera identidad. El modo en que nuestros ojos miran y se expresan nunca cambia. Las manos también son reconocibles en todo momento de la vida. Pero los ojos y las manos cumplen otra propiedad: son las partes del cuerpo que más veces movemos; incluso dormidos vibran nuestros ojos y tiemblan nuestros dedos, como si compitieran con esa imparable maquinaria que son los órganos internos. Ojos y manos: vigías que su incesante bombeo de identidad recuerdan a una especie de corazón externo. "

A. F. Mallo