Hacia una filosofía de la fotografía
Con voz propia
El hombre crea herramientas tomándose a sí mismo como modelo, hasta que finalmente la situación se invierte y el hombre toma su herramienta como modelo de sí mismo, del mundo y de la sociedad. Es la famosa alienación de las propias herramientas. En el siglo XVIII el hombre inventa las máquinas, y su cuerpo le sirve de modelo para este invento, hasta que se invierten las relaciones y las máquinas empiezan a servirle como modelos de sí mismo, del mundo y de la sociedad. Una hipotética filosofía de la máquina del siglo XVIII sería al mismo tiempo una crítica de la antropología, de la ciencia, de la política y del arte, más concretamente, del mecanicismo. Una filosofía de la fotografía correría hoy día el mismo destino: sería una crítica del funcionalismo en todos sus aspectos antropológicos, científicos, políticos y estéticos.
Sin embargo, la cuestión no es tan simple. Ante todo, la fotografía no es una herramienta como la máquina, sino un juguete, como un naipe o una pieza de ajedrez. Cuando la fotografía es el modelo, el caso ya no es que se haya sustituido una herramienta por otra como modelo, sino que un tipo de modelo ha sido sustituido por otro tipo de modelo completamente novedoso. La hipótesis ofrecida según la cual estamos empezando a pensar en categorías fotográficas implica una transformación de las estructuras básicas de nuestra existencia. No se trata del clásico problema de la alienación, sino de una revolución existencial para la que no tenemos ejemplo. En una palabra, se trata de la cuestión de la libertad en un nuevo contexto. Ella debe ser la preocupación de cualquier filosofía de la fotografía.
Desde luego, esta cuestión no es nueva: en última instancia, todas las filosofías han llegado a reflexionar sobre ella en algún momento. Pero lo hicieron en el contexto histórico de la linealidad. Su planteamiento fue, abreviadamente, el siguiente: si todo está «condicionado», ¿dónde tendrá cabida la libertad humana? Las respuestas a esta pregunta pueden reducirse, también de modo abreviado, a este denominador común: las causas son tan inextricables, y las consecuencias, tan imprevisibles que el hombre, ese ser limitado, puede comportarse como si fuera «soberano». El nuevo contexto plantea el problema de la libertad de otra forma: si todo se basa en el azar y no conduce necesariamente a nada, ¿dónde tendrá cabida la libertad humana? Es en este clima absurdo donde la filosofía de la fotografía debe tratar la cuestión de la libertad.
Observamos en todas partes cómo cualquier tipo de aparatos está programando nuestra vida para una automatización arbitraria; cómo el trabajo humano es encargado a autómatas; cómo la mayor parte de la sociedad es empleada en el «sector terciario» con el juego con símbolos vacíos; cómo el interés existencial se desplaza del mundo objetivo a los universos de los símbolos; cómo los valores de los objetos se transmiten a la informaciones; cómo se robotizan nuestros pensamientos, sentimientos, deseos y actos; cómo «vivir» significa alimentar aparatos y ser alimentado por aparatos. En suma: cómo todo se hace absurdo. Así las cosas, ¿dónde puede quedar espacio para la libertad humana?
Entonces descubrimos a personas que quizá tengan una respuesta: los fotógrafos, en el sentido en que este ensayo emplea el término. A pequeña escala, ellos ya son seres del futuro aparático. Sus gestos están programados por la cámara, ellos juegan con símbolos, trabajan en el sector terciario, se interesan por informaciones y fabrican cosas sin valor. Aun así, consideran su actividada cualquier cosa menos absurda y creen actuar libremente. Es un deber de la filosofía de la fotografía interrogar a los fotógrafos acerca de la libertad y buscar la libertad en su práctica.
Éste ha sido el objetivo del ensayo anterior. Y, efectivamente, se lograron una serie de respuestas: primero, es posible engañar al aparato por su arbitrariedad; segundo, es posible introducir en su programa clandestinamente intenciones humanas no previstas en él; tercero, es posible obligar al aparato a generar productos inesperados, improbables e informativos; y cuarto, se puede despreciar el aparato y sus productos y desviar el interés del objeto para centrarlo en la información. En conclusión: la libertad es la estrategia para someter el azar y la necesidad a la intención humana. La libertad es jugar contra el aparato.
La filosofía de la fotografía es necesaria para elevar la práctica fotográfica a la conciencia; y esto es importante porque dicha práctica ofrece un modelo para la libertad en el contexto postindustrial en general. La filosofía de la fotografía ha de aclarar que la libertad humana no tiene sitio en el universo de los aparatos automáticos, programados y programadores, para acabar explicando cómo podemos, a pesar de todo, abrirle un espacio a la libertad. La filosofía de la fotografía tiene la misión de considerar esta posibilidad de libertad -y, por tanto, la razón de ser- en un mundo dominado por los aparatos; de reflexionar sobre cómo puede el hombre, a pesar de todo, dar un sentido a su vida frente a la necesidad arbitraria de la muerte. Una filosofía de esta suerte es precisa porque es la única opción de revolución que aún nos queda.
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Imagen: una superficie con significado, cuyos elementos interactúan mágicamente.
Vilem Flüsser: Una filosofía de la fotografía (Editorial Síntesis)
ph. ©Basura, Puerto de Denia 14/5/2022